martes, 24 de noviembre de 2009

VOLVER A LA INOCENCIA DEL SILENCIO: Sobre el poemario titulado: “LA DISPERSIÓN” del poeta Marco Antonio Jiménez.

Todos en este momento estamos muriendo un poco. Desde que nacemos comenzamos a morir, y este concepto que para algunos puede ser aterrador, no es pesimista ni optimista, simplemente “es lo que es”, ajeno de toda nuestra carga emocional personal.


Habrá quienes prefieran vivir con otra filosofía, pero aun así la muerte siempre está más allá de toda filosofía. Pocos son aquellos que se atreven a contemplar la realidad, ajenos a los prejuicios propios de un condicionamiento social. Pero para nuestra fortuna hay seres que aún se mantienen firmes al milagro de la vida. En este caso, me siento afortunado de presentar el poemario de un hombre, un poeta y ser consciente, que con toda su generosidad y luz, nos obsequia un maravilloso libro con respecto al proceso de la muerte.

Observo con asombro que la muerte sigue siendo un tabú en nuestra cultura. Habiendo ejemplos claros como “Muerte sin fin” de José Gorostiza, o “Algo sobre la muerte del Mayor Sabines” de Jaime Sabines, aún no nos hacemos a la idea de enfrentarnos a la muerte sin cierto sentido de aversión.

Se dice que los mexicanos somos un pueblo que se ríe de la muerte, pero considero que esta descripción no es del todo correcta. En lo personal no veo en la cotidianidad eso que llaman “reírse de la muerte”. La mayoría de las personas evaden ese tema. Creo que el mexicano caricaturiza a la muerte para que no le provoque tanto miedo, pero en el fondo se sienten aterrados y amenazados constantemente por este suceso.

La muerte no es otra cosa que la otra cara de la vida. Temerle a la muerte es temerle a la vida. Leí alguna vez que el Dalai Lama decía que para la tradición tibetana la muerte era un proceso tan natural como cambiarse la ropa que uno llevaba cuando se gastaba. Así sólo se desprende la forma externa, pero el ser esencial se mantiene. Y sí, puesto que nada que sea verdadero puede ser inmaculado, pero es que vivimos con tanta atención a nuestro ego, que creemos firmemente que cuando nuestro cuerpo físico muere nosotros dejamos de existir en todo sentido.

El asunto aquí es que si uno sigue temiendo a la muerte vivirá siempre temiendo a la vida. Comprendo que este es el temor fundamental del ser humano. Nuestro ego contantemente está temiendo a la muerte, y nosotros estamos tan identificados con nuestro ego, que creemos que somos nosotros los que tememos y los que vamos a morir.

Ustedes, con justa razón, se preguntarán ¿por qué me extiendo tanto en este tema sin entrar de lleno al poemario que aquí nos reúne. Pues bien, respondo: porque al leer este bello libro entendí el nivel de compasión que alcanza un poeta de la talla y categoría como mi amigo Marco Antonio Jiménez. Sólo un ser con la conciencia de Marco puede dedicar su tiempo a manufacturar un libro de estas características. Corrijo: un poemario, puesto que llamar “libro”, así, a secas, a LA DISPERSIÓN, es para mí subestimarlo, es restarle el valor que posee, es no comprenderlo.

La Dispersión no puede tenerse por un libro corriente, o común; en lo personal, considero este poemario algo indispensable no sólo para nuestra literatura regional, sino para la literatura nacional e internacional. Hace tiempo que los “libros” de poesía perdieron su alma. La poesía en la actualidad está basada en intelectualismos y novedades “poco novedosas”, en desvaríos de turbadas mentes, y digo esto con tristeza, pero con toda honestidad, porque ¿hace cuanto que no leemos un poemario que verdaderamente nos sacuda? Invito al público asistente a que me mencione un poeta o poema contemporáneo que lo haya sacudido últimamente. En lo personal, creo que la poesía mexicana falleció desde Muerte sin Fin, de Gorostiza, y Piedra de Sol de Octavio Paz. Después de esos dos poemas sólo lamentables lamentos podemos encontrar en la literatura mexicana. Y aún así, creo que aunque estos dos poemas son pilares que sostienen a toda una nación no están impregnados de la comprensión y compasión que nos otorga La Dispersión de Marco Jiménez.

Hoy, me atrevo a declarar, que para mí un poemario debe cimbrar, demoler, y derrumbar, y hacerlo con el objetivo de ayudar. Un poema que no te ayuda no es poema.

Los detractores de la poesía y de Marco Jiménez argumentarán que La Dispersión no es un poemario original y que está basado en muy notorios precedentes, como el Bardo Todol o el Libro de los Muertos Egipcio entre otros, pero eso es lo que hacen los detractores, y supongo que Marco tendrá los propios. Todos los tenemos, y más aquellos que demuestran ser unos verdaderos Maestros. De hecho uno puede saber cuando un hombre es un maestro por su número de detractores, más que por sus seguidores. Si alguien desea saber qué maestro es más contundente, cuenten sus detractores. Veamos el ejemplo de Jesucristo, o el de Al´Hallaj, o Sócrates. No es que compare a Marco con estos maestros, creo que Marco tiene menos detractores. Pero es una realidad incluso históricamente comprobable.

Ahora, continuo, para mí, La Dispersión ni copia, ni imita a los anteriores libros sagrados. Si alguien ha leído los anteriores y ha leído La Dispersión sin prejuicios notará que las similitudes sólo son aparentes, y que las diferencias son más profundas.

La Dispersión se compone de 4 capítulos y un epílogo, por llamarlo de alguna manera. Estos cuatro capítulos son nombrados con cada uno de los cuatro elementos básicos como son Tierra. Aire, Fuego y Agua. Estos elementos componen nuestra realidad física y concreta. El epílogo, anteriormente llamado la Dispersión, y terminó afortunadamente llamándose: La Inminencia.

En apariencia, la estructura puede resultar muy simple, pero lo que yo alcanzo a ver es una sencillez antes que una simplicidad, porque en la poesía de Marco Jiménez existe esa noble preocupación, la de traducir el mensaje de forma accesible y bella al lector, y teniendo siempre presente la contextualidad.

Si tú lees el Bardo Todol o el Libro de los Muertos Egipcio, seguramente no comprenderás nada, y eso es porque no está en tu contexto, esas composiciones no fueron escritas para ti, tú eres totalmente ajeno a ese universo. Por eso es que La Dispersión me parece un libro fundamental para todos nosotros sus lectores.

Cuando uno experimenta esa emoción que solemos llamar miedo ¿qué deseamos? Que alguien esté a nuestro lado, que alguien nos acompañe. Cuando uno está triste o deprimido, siempre necesitamos un acompañamiento de alguien, de preferencia, lleno de luz, para sentirnos menos inseguros. Pues bien, eso es lo que Marco crea en su poemario, un acompañamiento espiritual.

Para comprender enteramente este poemario hay que entender desde el principio que la voz que habla, que describe y que narra, es la voz de este personaje que acompaña a otro en el proceso de su muerte.

Estos poemas no sólo son un lucimiento verbal e intelectual, son palabras amorosas y conscientes. De hecho, las palabras a mi parecer sólo son el vehículo que conduce una energía más allá del lenguaje. Es la poesía más allá de las palabras. Estoy completamente convencido de que esta tarea no puede ser ejecutada por cualquiera, se requiere de una preparación y una trayectoria dentro del camino espiritual para poder acceder a estas alturas, esas a las que no se puede llegar a través de nuestra inflexible y condicionada mente. Hay que liberarse de las ataduras del pensamiento para llegar allá tan alto dónde la poesía es posible.

Un maestro espiritual decía que un poeta es un místico por accidente. Yo considero que esta obra no es un misticismo accidental, esta dimensión mística es la consecuencia de alguien que ha entregado su vida al conocimiento de la realidad y de la vida. Las rosas no se esfuerzan para producir sus bellas fragancias, su perfume es una consecuencia de su naturaleza, es su mismo ser. Cuando un poeta como Marco escribe algo como La Dispersión se puede estar seguro de que esos poemas son como la fragancia de las rosas, esa es su naturaleza. Un poeta crea poesía, aunque nunca escriba un verso. Todo su ser es poesía.

Aurobindo decía que la poesía del mañana tenía que ser mántrica, es decir, cada poema debe de ser un mantra. Estoy de acuerdo. Para mí, la lectura de este poemario produce un efecto similar a la pronunciación o al acto de escuchar mantras; me equilibra y abre mi mente al campo de posibilidades infinitas.

Si desglosara poema a poema y verso a verso este poemario jamás terminaría en esta vida. Son tantas las imágenes luminosas que componen este libro que creo necesario el deleitarse individualmente con ellas. Como poeta puedo firmar de este momento que lo que se encontrará en este libro es realmente poesía.

Hace tanto tiempo que no se encontraba un libro semejante que no me queda más que agradecer a Marco el ser este individuo fiel a la poesía, este elegante y honesto poeta que no se ha dejado seducir por la locura intelectual que corrompe nuestras letras. Un poeta de esta categoría es tan escaso que hay que agradecer la bendición que tenemos nosotros en nuestra ciudad y en nuestro tiempo de poder ser parte del efímero proceso de vida de un poemario.

Sé que este libro corre el enorme riego de no ser comprendido en su totalidad. Los egoicos intelectuales lo aborrecerán, porque toca fibras muy sensibles. Es tan sencillo, hermoso y luminoso este poemario que corre el riesgo de vivir en el anonimato, pero si nosotros logramos abrirnos a él, el objetivo se habrá alcanzado, y existirá como los milagros y la mismísima belleza, sin hacer mucho ruido, silencioso, calmo, sereno y compasivo, en lo más profundo de nuestro ser, dónde la vida es posible en su absoluta magnificencia.

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